TALLER 9. EL CAMINO DE SANTIAGO
El apogeo del románico,
primer estilo internacional de la Edad Media, siguió a la consolidación del
Camino durante los siglos XI y XII. Los intercambios culturales surgidos de la
peregrinación provocaron que este movimiento artístico, con sus variantes
regionales, se extendiera por toda Europa.
Con el asentamiento de la
ruta jacobea se fueron sucediendo cambios en la sociedad medieval que ayudaron
también a la extensión del románico: el fortalecimiento de los reinos europeos,
el crecimiento de la población y la generalización del comercio. También tuvo
una importancia capital en el florecimiento de este estilo las órdenes
religiosas, sobre todo la de Cluny.
El aumento de feligreses
hizo que se comenzaran a construir cada vez más iglesias, pero de forma más
cuidada y elaborada. Las viejas construcciones de techumbre de madera y
reducidas dimensiones se transformaron en otras más resistentes y monumentales.
Pero no todo en el
románico son iglesias. El trasiego de peregrinos -acompañados de trabajadores
que levantaban templos para acogerlos, y mercaderes que llenaban la Ruta con
sus puestos- propició una arquitectura civil complementaria a la religiosa. Se
comenzaron a edificar hospederías, hospitales, puentes y barrios para albergar
a la masa que movía el Camino de Santiago. Así fue como poco a poco fueron
naciendo los burgos medievales, y en el centro de ellos, la iglesia románica
con sus cimborrios y ábsides.
El elemento fundamental
del románico es la sencillez, el purismo en sus líneas y formas. En España
desaparece el eclecticismo imperante hasta ese momento, que mezclaba detalles
bizantinos con influencias locales, paleocristianas o godas. Aunque sí se
siguió cultivando algún componente local como los arcos fajones. También se
aprecia en las iglesias románicas españolas la influencia mudéjar.
El templo románico se
caracteriza además por la utilización de la planta de cruz latina; tres naves
(la central, mayor en altura y anchura que la laterales); un crucero con una
torre (cimborrio) que limita un extremo de la nave central, y una cabecera
semicircular donde se sitúa el altar mayor. A veces, según el tamaño de la
construcción, los brazos del crucero albergaban capillas semicirculares
llamadas absidiolos.
Los templos se orientaban
hacia Jerusalén, por lo que las cabeceras se situaban en la fachada oriental, y
la entrada, en línea recta opuesta, en la parte occidental. Esta fachada estaba
siempre ricamente decorada, con molduras, columnas y capiteles donde se
esculpían narraciones bíblicas.
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